Contaminación

En cada vuelo, un pasajero emite 246 gramos de CO2 por km; estrategias para reducir las emisiones

  • La industria aérea busca alternativas: combustibles sostenibles a partir de residuos, hidrógeno y electrificación, además de apostar por mejorar la aerodinámica de los aviones

BBVA Sostenibilidad

El 28 de noviembre de 2023, un Boeing 787 despegó del aeropuerto de Heathrow, en Londres, al aeropuerto JFK de Nueva York, apenas con los miembros de la tripulación a bordo, el dueño de la aerolínea y algunas personas más. Pese a ello, se trata de un hito en la historia de la aviación comercial, como el primer gran vuelo que se completó sin utilizar combustibles fósiles.

La aeronave recorrió el trayecto en el tiempo habitual, pero utilizando combustible SAF (las siglas en inglés de combustible sostenible para aviación), fabricado con residuos de grasas vegetales, incluyendo aceite de cocina usado. De acuerdo con la compañía operadora, Virgin Atlantic, el combustible utilizado supone una reducción del 70 por ciento en las emisiones de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases de efecto invernadero, respecto al combustible tradicional.

Es solo un pequeño paso en la estrategia de la compañía para alcanzar las cero emisiones de carbono en 2050. Aunque queda mucho camino por recorrer, es también un hito significativo para una de las industrias de más difícil descarbonización. Desde su interior, confían en poder reducir emisiones de forma drástica sin alterar demasiado el modelo de negocio. Para ello, el rumbo de vuelo lo marca la innovación.

La búsqueda por reducir emisiones en el transporte aéreo

Sin embargo, la aviación no es, en términos absolutos, la que más peso tiene entre las causas del cambio climático. Contribuye a un 2.5 por ciento de las emisiones globales de CO2 y a un 1.9 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, las emisiones de la aviación se reparten de forma muy desigual, dado que la mayor parte de los habitantes del planeta nunca se sube a un avión.

Así, a medida que más gente acceda a este medio de transporte, las emisiones crecerán. Por comparar, un pasajero de un vuelo doméstico emite 246 gramos de CO2 por kilómetro recorrido, frente a los 35 gramos de alguien que coja un tren.

Las políticas puestas en marcha para frenar el cambio climático, el interés de los inversores en activos sostenibles a largo plazo o las preferencias de los consumidores por sistemas de transporte más verdes, entre otros factores, han hecho que la industria de la aviación se haya marcado como prioridad reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero.

“La aviación no es ajena a los problemas de otras industrias, pero sí tiene un marco un poco más particular, que hace que sus procesos sean más lentos”, explica Alejandro de Quero Cordero, responsable de sostenibilidad para el sector aeroespacial en el Foro Económico Mundial.

“La industria de la aviación es una industria compleja que depende de muchos tipos de compañías. Todas son necesarias para el ecosistema y todas tienen que colaborar con el resto para alcanzar los objetivos de descarbonización. Además, los organismos reguladores deben garantizar que todas las nuevas tecnologías son adecuadas, con especial atención a la seguridad de los pasajeros. Por último, la industria depende de cierta coordinación con los gobiernos, ya que las regulaciones son la base de la seguridad financiera para los inversores.”

Tecnologías para descarbonizar la aviación

La industria de la aviación reparte sus emisiones a lo largo de toda la cadena de suministro. Sin embargo, la mayor parte se concentra en el uso de las aeronaves y, en particular, en los vuelos de aviones de más de 100 pasajeros.

Para reducir el grueso de estas emisiones, el camino más corto es cambiar la forma en que propulsan las aeronaves y ahí es donde los combustibles sostenibles para aviación (SAF) aparecen como la mejor alternativa a corto plazo.

Estos combustibles son similares a los derivados del petróleo, por lo que para usarlos apenas hay que intervenir en el funcionamiento de los aviones, y pueden ser producidos a partir de diferentes productos residuales, como las basuras urbanas, los aceites usados o los restos de poda y agricultura. Incluso puede generarse a partir de la captura de CO2 mediante hidrógeno verde. “En el corto plazo, los combustibles SAF son la prioridad. Su compatibilidad con los aviones existentes es muy elevada, por lo que casi no habría impedimentos técnicos ni de seguridad a su adaptación”, señala Quero Cordero.

El gran desafío, hoy por hoy, está en su producción y su escalabilidad. “Se estima que para alcanzar los objetivos de descarbonización de 2030, se necesitarían unas 300 plantas de SAF capaces de producir 40 millones de toneladas. Para el año 2050, deberían ser unas 1600 plantas para producir entre unos 300 y 370 millones de toneladas”, añade el experto. “Hoy por hoy, apenas hay una decena de proyectos en marcha. Dentro de solamente dos años debería empezarse con la producción en masa de SAF, si queremos alcanzar nuestras ambiciones como industria.”

Fotografía: BBVA Sostenibilidad

Suscríbete al Boletín

PAÍSES QUE NOS ESTÁN VIENDO